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Las desigualdades, motor de la crisis ecológica
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Las tres o cuatro generaciones situadas al centro del tercer milenio son las primeras, en la historia de la humanidad, desde que los bípedos recorren el planeta, en enfrentarse con los límites de la biosfera. Este encuentro no se lleva a cabo bajo el signo de la armonía, sino más bien bajo una crisis ecológica mayor.
Subrayemos algunos aspectos. El primero de ellos es la nueva inquietud que tienen los climatólogos : están reflexionado desde hace algunos años sobre la hipó- tesis de una posible irreversibilidad del cambio climá- tico. Hasta ahora, se pensaba que un calentamiento gradual ocurriría pero que, cuando la humanidad se diera cuenta de la gravedad de la situación sería posi- ble volver atrás y encontrar el equilibrio climático. Los climatólogos nos dicen que es posible que alcancemos un punto tal que el sistema climático se desviará hacia un desorden irreversible. Varias series de observacio- nes alimentan esta inquietud : los glaciares de Groen- landia se derriten más rápido de lo que lo preveían los expertos ; los océanos podrían absorber menos gas carbónico ; el calentamiento ya en práctica, podría ace- lerar el deshielo del pergélisol esta inmensa capa de tierra congelada situada en Siberia y en Canadá, que, por esto, amenazaría con liberar cantidades enormes de gas carbónico y de metano que ella encierra.
Una segunda observación es que la crisis ecológica no se reduce sólo al cambio climático. Es el fenómeno mejor conocido por el público en general, sin embar- go, constituye sólo una parte de la crisis global. Hay otro tan importante como el anterior : la erosión de la biodiversidad, cuya amplitud no puede estar mejor ilustrada por los especialistas quienes, para señalar la desaparición acelerada de espacios que nuestra época experimenta, ellos hablan de la “sexta crisis de extin- ción”. La quinta, hace 65 millones de años, vio desapa- recer a los dinosaurios.
Tercer aspecto, posiblemente menos sensible o menos sintetizado que la problemática del cambio cli- mático : una contaminación química generalizada de nuestro medio ambiente, de la cual dos aspectos son particularmente inquietantes. Por un lado, las cadenas alimenticias son contaminadas, desde luego, con dosis mínimas, por contaminantes químicos. Por otro lado, aparece cada vez más claramente que el gran ecosis- tema del planeta, el conjunto de los océanos, que ima- ginábamos casi infinitos en su capacidad de regene- ración, está cada vez más debilitado, ya sea por causa de la polución o por la degradación de tal o tal de sus ecosistemas particulares.
Esta entrada en materia define la urgencia política de nuestra época. Sin embargo, no es hoy ni ayer que nuestra sociedad fue advertida del peligro, sino desde hace varios decenios. Rachel Carson lanzó la alerta con “La primavera silenciosa”, en 1962, luego, en los años 1970, la cuestión ecológica penetró con fuerza en el debate público : conferencias internacionales, artículo científicos, luchas de ecologistas han amontonado una suma de conocimientos que confirman sin descanso la tendencia general.
¿Por qué nuestras sociedades no se orientan enton- ces verdaderamente hacia las políticas que permiti- rían evitar la profundización de la crisis ecológica ? Es la pregunta crucial. Con el fin de responder, es preciso analizar las relaciones de poder en nuestras socieda- des. Y descubrir que ellas está organizadas para blo- quear estas políticas necesarias.
¿Cómo ? Desde hace unos veinte años, el capitalis- mo se caracteriza por la vuelta de la pobreza a los paí- ses ricos. El retroceso de la tasa de pobreza, contínuo desde fines de los años 1940, se interrumpió en los paí- ses occidentales, incluso, en ciertos casos, se invirtió. Asimismo, el número de personas en situación preca- ria (ligeramente sobre el límite de la pobreza) aumenta también de manera regular. Por otro lado, a nivel mun- dial, el número de personas en situación de pobreza absoluta, es decir que disponen de menos de dos dóla- res por día, corresponde a 2 mil millones de personas, mientras que la FAO estima en 820 millones el número de seres humanos mal alimentados.
El aumento de las desigualdades desde hace unos veinte años, constituye otro aspecto de la crisis social. Numerosos estudios lo testifican. Uno de ellos, con- ducido por dos economistas de Harvard y del Federal Reserve Board, es el más elocuente. Carola Frydman y Raven E. Saks compararon los salarios que ganan los tres primeros ejecutivos de 500 empresas americanas, las más grandes, y el salario medio de sus empleados. Este indicador de la evolución de desigualdades per- manece estable desde los años 1940, instante en que comienza la observación, hasta los años 1970 : los patrones de las empresas consideradas, ganaban alre- dedor de 35 veces más el salario medio de sus emplea- dos. Luego se produjo un quiebre a partir de los años 1980 y, la relación sube de manera bastante regular
hasta alcanzar alrededor de 130, en los años 2000. Estos estudios significan que una ruptura mayor se produjo en el funcionamiento del capitalismo desde hace 60 años. Durante lo que se ha llamado los “Treinta gloriosos”, el enriquecimiento colectivo posibilitado por la alza continua de la productividad era bastante equitativo, distribuido entre capital y trabajo, de modo que las relaciones de desigualdad permanecían esta- bles. A partir de los años 1980, un conjunto de circuns- tancias, que no vamos a analizar ahora, condujo a un quiebre cada vez más acentuado entre quienes poseen el capital y la masa de ciudadanos. La oligarquía acu- mula ingresos y patrimonio a un grado jamas visto desde hace un siglo. Es fundamental conocer la manera concreta en que los super ricos utilizan su dinero. Esto ya no es un secreto como en tiempos de la austera burgue- sía protestante descrita por Max Weber : el dinero alimentaba, al contrario, un consumo excesivo de yates, aviones privados, inmensas residencias, joyas, relojes, viajes exóticos, con un amontonamiento de oropel de gastos suntuarios. Los franceses descubren con el Sr. Sarkozy un ejemplo desolador de este lla- mativo comportamiento.
¿Por qué esto es un motor de la crisis ecológica ? Para comprenderlo, es necesario que nos dirijamos hacia el gran economista Thorstein Veblen, cuyo pensamiento es situado por Raymond Aron, en el mismo nivel que el de von Clausewitz o el de D’Alexis de Tocqueville. Bastante olvidado hoy día, su pensamiento presenta una sobrecogedora pertinencia.
Para resumir en sumo grado. ¿Qué decía Veblen ? Que la tendencia a rivalizar es inherente a la naturaleza humana. Cada uno de nosotros tenemos una propen- sión a compararnos, los unos con los otros, y buscamos manifestar, a través de un tal rasgo exterior una peque- ña superioridad, una diferencia simbólica en relación a las personas con las cuales vivimos. Veblen no afirma que la naturaleza humana se reduce a este rasgo, él no juzga desde un punto de vista moral, advierte. Apoyán- dose en numerosos testimonios de etnógrafos de su época, él advierte también que esta forma de rivalidad simbólica se observa en todas las sociedades.
Además, prosigue, todas las sociedades producen muy fácilmente la riqueza necesaria para satisfacer sus necesidades de alimento, vivienda, educación de los niños, de buena convivencia, etc. Sin embargo producen generalmente una cantidad de riqueza muy supe- rior a la satisfacción de estas necesidades. ¿Por qué ? Porque se trata de permitir a sus miembros de distin- guirse los unos de los otros.
Veblen, advierte enseguida que existen, muy a menudo, varias clases en el seno de la sociedad. Cada una de ellas está regida por el principio de la rivalidad osten- tatoria. Y, en cada clase, los individuos toman como modelo el comportamiento vigente en la clase social superior, que muestra lo que está bien, lo que está chic para hacer. La clase social imitada, sigue el ejemplo de aquella que está sobre ella misma en la escala de la fortuna. Esta imitación se reproduce desde abajo hacia arriba, de modo que la clase situada en la cumbre defi- ne el modelo cultural general de los que es prestigioso, de lo que se impone a los otros.
¿Qué sucede en una sociedad muy desigual ? genera un desperdicio enorme porque el gasto material de la oligarquía –ella misma presa de la competición osten- tatoria– sirve de ejemplo a toda la sociedad. Cada uno a su nivel, en el límite de sus ingresos, busca adqui- rir los bienes y signos más valorizados. Medios de comunicación, publicidad, películas, seriales, revis- tas “people”, son las herramientas fundamentales de la difusión del modelo cultural dominante.
¿De qué manera la oligarquía bloquea los cambios necesarios para prevenir el empeoramiento de la crisis ecológica ? Directamente a través de los poderosos mandos políticos, económicos y mediáticos de los que dispone y usa para mantener sus privilegios. Pero tam- bién indirectamente, y de igual importancia, a través de este modelo cultural de consumo que impregna a toda la sociedad definiéndolo como normal.
Concluimos ahora con la ecología. Prevenir el empeoramiento de la crisis ecológica e, incluso comen- zar a restaurar el medio ambiente, es en principio bas- tante simple : es preciso que la humanidad reduzca su impacto en la biosfera. Lograrlo es igualmente en principio, bastante simple : esto significa reducir nues- tras extracciones de minerales, de madera, agua, oro, petróleo, etc., y reducir nuestros residuos de gas con efecto invernadero, deshechos químicos, de materias radioactivas, de envases, etc. Lo que significa reducir el consumo material global de nuestras sociedades. Tal reducción constituye la palanca esencial para cambiar la situación ecológica.
¿Quién va a reducir su consumo material ? Se estima que de un 20 a un 30% de la población mundial con- sume el 70 a 80% de los recursos sacados, cada año, de la biosfera. El cambio debe venir entonces de este 20 a 30%, es decir, en grandes rasgos, de los pueblos de América del norte, Europa y Japón. En el seno de estas sociedades super desarrolladas, no es a los pobres, a los RMIstes, a los salariados modestos a quienes se les propondrá reducir el consumo material. No se trata tampoco solamente de los super-ricos quienes deben realizar esta reducción : pues aunque Nicolas Sarkozy, Vincent Bolloré, Alain Minc, Bernard Arnault, Arnaud Lagardère, Jacques Attali y su cortejo de oligarcas se paseen en limusinas con choferes, con relojes bri- llantes, de shopping en 4x4 en Saint Tropez, no son tan numerosos para que cambie suficientemente el impacto ecológico colectivo.
Es al conjunto de las clases medias occidentales a quienes se debe proponer la reducción del consumo material. Aquí vemos que la cuestión de la desigualdad es central : las clases medias no aceptarán ir en dirección a un menor consumo material si perdura la situación de desigualdad, si el cambio necesario no es equitati- vamente adoptado. Recrear el sentimiento de solida- ridad esencial para llegar a esta reorientación radical de nuestra cultura supone, evidentemente, proponer- se un estrechamiento riguroso de las desigualdades lo que, por otro lado, transformaría el modelo cultu- ral existente.
La proposición de bajar el consumo material puede parecer provocador en el baño ideológico en el que nos hemos sumergido. Pero, hoy, el aumento del con- sumo material global no está asociado a un aumento del bien común colectivo, acarrea, por el contrario, una degradación de este bien común.
Una civilización que escoja la reducción del consumo material verá, por otro lado, abrirse la puerta de otras polí- ticas. Provista por la transferencia de riqueza que permitirá la reducción de las desigualdades, podrá estimular actividades humanas, socialmente útiles y de poco impacto ecológico. Salud, educación, trans- porte, energía, agricultura, son campos donde las necesidades sociales son tan grandes y las posibili- dades de acción importantes. Se trata de cambiar la concepción de una economía basada en la obsesión de la producción material por una que sea útil al ser humano, favorecer el lazo social más que la satisfac- ción individual. Frente a la crisis ecológica, tenemos que consumir menos para repartir mejor. Con la fina- lidad de vivir en conjunto más que consumir solos.